domingo, 5 de abril de 2015

Pequeña oda a la ciencia




Abre los ojos. Observa el paisaje. Un amalgama de colores te inunda. Millones de fotones llegan a tus ojos. Partículas diminutas, discretas partes de energía que dependen directamente de la estructura más íntima de las cosas, de su esencia. La belleza de un paisaje. Una sensación forjada durante millones de años de evolución, de continuo cambio, que ahora tú puedes apreciar.




Levanta la vista hacia el firmamento en la noche. Céntrate en una estrella. Un pequeño punto de luz en medio de la oscuridad. Fotones que escaparon de su estrella hace muchísimo tiempo, tanto que puede que la estrella haya ya dejado de existir, llegan a ti. Piensa en el periplo de ese pequeño fotón. Piensa en su incesante viaje a través del espacio interestelar, piensa en los posibles planetas, asteroides, satélites, incluso posibles formas de vida que durante su viaje ha dejado atrás... y ahora llega a ti, ahora está en ti, ahora forma parte de ti. De su estrella directamente a formar parte de ti.






Levántate. Camina. Siente esa fuerza irresistible que te atrae hacia abajo. Es la Tierra deformando este gran escenario teatral donde todas las cosas suceden. Deformando el espacio-tiempo, atrapándote, obligándote a permanecer ligado a ella. No hay mayor demostración de conexión íntima entre La Tierra y tú que la irresistible fuerza que te liga a ella, que te atrapa...





Coge un vaso de agua. Bebe. Siente como se humedecen tus labios. Cómo millones de pequeñas partículas recorren tu boca y bajan por tu garganta. Diminutas partículas provenientes directamente del mismísimo comienzo del Universo  recorren tu cuerpo. Piensa en el arduo recorrido por el espacio y el tiempo que cada uno de esos átomos ha vivido desde su aparición. Como surgieron posiblemente de la nada, esa nada que lo es todo. Piensa en su estancia en estrellas, en nebulosas estelares, en quizás otro planeta, meteoritos, o en quizás otras forma de vida... Y ahora forman parte de ti. Y continuarán su historia cuando tú no estés... Quizás en otra persona, quizás en la Tierra, o quizás en otro planeta, o en una estrella... Eres polvo de estrellas y en polvo de estrellas te convertirás.





Alarga tu brazo. Acaricia a la persona que quieres. ¿Lo sientes? Una emoción, una sensación electrizante. Nubes de electrones de tu mano jugueteando con las de esa persona, millones de diminutas fuerzas que se transmiten a través de tus terminaciones nerviosas, y que tu mente interpreta como un sentido, como un sentimiento...





    
¿Dónde puede haber mayor belleza que en los secretos de la naturaleza?